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EL MUNDO
 
Miércoles, 25 de octubre de 2000 EL MUNDO periodico


«La escritura es siempre un intento de seducción»

Ramón Buenaventura publica «El corazón antiguo», una novela sobre el abandono y la necesidad de volver a empezar

EMMA RODRIGUEZ

MADRID.- Después de la buena acogida por parte de crítica y público de su novela anterior, El año que viene en Tánger, que fue saludada como una de las obras más innovadoras de la narrativa española de los últimos años, Ramón Buenaventura nos entrega, dos años después, El corazón antiguo (también publicada en Destino), una obra en la onda de la anterior, que participa de sus mismos descubrimientos, pero dando un paso más allá en el desarrollo del universo literario del autor. Un universo en el que Buenaventura se desenvuelve desde que tuvo conciencia de sus dotes de escritor, a los 17 años. «Entonces escribí una novela titulada Tal vez vivir, donde ya se encuentran todos mis personajes y muchos de mis temas. De ese libro impublicable es de donde me voy nutriendo, es como mi fuente», señala el autor.

El hecho de que este hombre tuviese claro, desde tan pronto, el espacio donde quería desenvolverse, las voces y los contenidos que quería desarrollar -algo que a otros escritores puede llevarles toda una vida- resulta de por sí bastante significativo, pero lo es más pensar que pese a la procacidad de esa primera novela ya citada Buenaventura tardase más de 30 años en volver a la narrativa con todas sus consecuencias.

La historia es larga. Las circunstancias de la posguerra, la necesidad de ganarse la vida con otras ocupaciones, el cultivo de la poesía y la publicación en 1981 de una novela, Ejemplo de la dueña tornadiza, que pasó sin pena ni gloria, hicieron que el escritor dejase de lado su proyecto narrativo.

Pero ese mundo que estaba ahí, esperándolo agazapado en las galerías de la memoria, reapareció cuando a principios de los 90 se puso a trabajar en El año que viene en Tánger. Y el cauce de ese río prosigue ahora en El corazón antiguo, un entrega que es una especie de reelaboración de la desgraciada dueña tornadiza. «Me di cuenta de que era necesario recuperar ese libro, aunque adaptándolo a lo ya hecho, variando su tono, para llegar a una tercera entrega con la que estoy ahora, Retrato no autorizado de Ainhoa Van Leuven, una historia sobre la impostura y la falsedad», explica Buenaventura.

Por ahora, parémonos en El corazón antiguo, que Ramón Buenaventura presenta hoy en Madrid. El punto de partida -y de llegada- vuelve a ser Tánger, ese Tánger europeo varado en el recuerdo, «una realidad que ya era literatura mientras la estábamos viviendo, lo cual me ha facilitado mucho las cosas», señala el escritor.

Buenaventura vuelve a levantar su particular arte de la seducción y a acometer la búsqueda del amor a través de distintos nombres de mujer, pero aquí las mujeres abandonan a un protagonista incapaz de comunicarse profundamente con ninguna, le mienten y provocan su necesidad de volver a empezar una y otra vez. «Volver a empezar desde el punto anterior al fracaso», apunta el autor, para quien el arte de la seducción es el arte por antonomasia. «La escritura», dice, «es un intento de seducción siempre. Cuando se pierden las ganas de seducir se pierden las ganas de escribir».

También aquí el lector volverá a encontrarse con audaces juegos: distintos tipos de letras, notas a pie de página, divertimentos que se introducen en medio de la narración... A Ramón Buenaventura le gusta atreverse, ser osado con la escritura. «Mientras estoy escribiendo no lo paso nada bien, pero en el proceso de corrección me divierto mucho. Es entonces cuando me permito introducir todos esos juegos», asegura.

El conocimiento de las nuevas tecnologías de este adicto a Internet, poseedor de una de las páginas web más creativas del actual panorama literario español, explica mucho sobre la forma que da a sus novelas. El hecho de que no le importe que, a través de la red, los internautas entren en su territorio privado, aclara algo sobre su habilidad para utilizar en sus textos los recursos de la autobiografía, llegando incluso a confundir a los lectores sobre dónde están los límites entre la ficción y la vida. «Soy muy poco dado a la soledad yal pudor. Mi intimidad me encanta y no tengo problemas en que la gente la conozca», se autorretrata.


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